Papá, mamá, voy a peregrinar a Jerusalén.


Sentados en el sofá de mi piso de Madrid, una noche de verano antes de irnos a hacer el Camino de Santiago. Cada uno de mis padres en un extremo de mi campo visual y yo sin saber a qué lado dirigirme cuando dije la frase "voy a pedir una excedencia en el trabajo y hacer una peregrinación a Jerusalén".

No podría decir que les pillara enteramente por sorpresa, igual ellos dicen que sí, porque desde hace un tiempo he tenido muchas inquietudes espirituales. Hace unos años les solté un "voy a irme de voluntariado a Calcuta" y fue bien. Lo entendieron, me apoyaron y viví una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.

¿Pero peregrinar? "Hija, hay aviones, te plantas en 4h en Jerusalén y ves el Santo Sepulcro las veces que quieras" ¿Por qué peregrinar? Y es que cuando uno explica las cosas del alma, las cosas de Dios, a veces cuesta ponerlas en palabras. Lo único que me salía decir era que sentía que eso era lo que Dios había puesto en mi corazón. Creí que así me libraría de más explicaciones. Ja.

La siguiente pregunta, y más común preocupación es ¿sola? Bueno, no puedo esperar que nadie pare su vida un año para acompañarme a algo así, ni quiero. Espera, ¿un año? Bueno, yo no ando muy rápido y calculando los kilómetros me sale un año entre unas cosas y otras. Bien, así que una chica de 29 años se va sola andando un año a Jerusalén.

Si no fuera por la fuerza que tiene uno cuando sabe que está haciendo lo que tiene que hacer, esa paz que reina en uno cuando siente que está yendo en la dirección correcta, uno dudaría pensando en las preocupaciones que una aventura así puede suponer en sus más queridos. 

Pero, pensándolo bien, no quiero que pase mi vida sin conocer el tesoro que llevo dentro, así que allá voy.




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